jueves, 25 de febrero de 2016

MI AMOR POR DIOS NO SIRVE


He tratado de creer fielmente en la verdad. Y que interesante resulta saber que la verdad es el resultado de aquello que no tiene una sola mentira. La ausencia de mentira es la verdad.

Me he fijado firmemente en los asuntos que corresponden a la lucha por sacar a Dios de en medio nuestro y meter lo indebido, lo deshonesto, lo maligno, lo perverso. Veo esto todo el tiempo.

En los trabajos, en las escuelas, en las calles y donde comienzan todas las cosas que vemos fuera: en la familia. Hay una necesidad enorme de no querer a Dios en medio nuestro, de sacarlo de raíz de nuestros corazones.

Hay una urgencia por deshacerse de Dios que ya las normas de respeto no importan. En mi caso, tengo que soportar escuchar malas palabras todo el tiempo en el trabajo y por las calles es igual, en las escuelas también.

Cuando expongo la idea de que amemos a Dios, hagamos el bien y cuidemos lo que sale de nuestra boca, me doy cuenta que no comprenden lo que les digo. Están escuchando lo que han sembrado en sus corazones y de eso reboza la lengua que tienen.

Ponen excusas: oye, Dios es una maldita religión que ha asesinado millones de personas según la historia. Es lo peor que le ha pasado al mundo. No se puede creer en tanto disparate. La religión vuelve loco a las personas.

Y pienso de nuevo, si tú puedes interpretar aptitudes de bajeza, rechazo, discriminación, falta de respeto por el pensamiento religioso humano, si puedes decir lo que te plazca porque no tienes ninguna creencia, si en los lugares institucionales como la escuela y el trabajo, la iglesia o la familia se pueden decir los más grandes disparates, no veo por qué no puedo poner a Dios también en medio.

Hablamos de respeto y libertad cuando puedes decir lo que te venga en gana. Pues si yo hablo de Dios, por qué te asusta, por qué me retas. Si tú no quieres que hable de Dios, entonces tú también deberás callarte con tus malas palabras y actitudes agresivas.

Y reto a cualquiera que haciendo silencio por respeto a lo que pueda hablarle de Dios, controle las malas palabras que tiene que decir. Hay palabras ofensivas a mis creencias y lo mismo que es para mí soportar escucharlas, lo mismo para ellos aunque sea de Dios.

Así como a mí me da náusea escuchar ofensas contra Dios, así mismo a ellos les parece nauseabundo lo que yo digo. En otras palabras extremas: Dios da asco. Provoca náusea. Y si la sociedad no puede arreglar este daño y que todo el mundo camine mudo, en silencio, entonces será la mejor solución para todos.