domingo, 22 de octubre de 2017

No hay que cambiar, hay que volver


Esto lo explicaré. Considero de vital importancia la teoría de que hemos nacidos puros, sin manchas, tiernas criaturas inocentes de todo pecado. Durante la infancia se nos presentan comportamientos distintos de aquellos que nos crían o que están supuestos a protegernos. Pues bien, ellos no están lo suficientemente sanos de juicio como para reaccionar de igual modo frente a los tantos desafíos que les presenta la realidad una vez adultos. Eso les lleva a desencadenar niveles de estrés en los pequeños infantes, apenas conocedores de un mundo simple y sin compromisos.
Aquí surge lo interesante.
Estamos bien, cambiamos para mal como un mecanismo de defensa que se desarrolla estimulado por las condiciones presentadas en la vida. Luchamos y batallamos contra aquellas fuerzas que nos vencen constantemente y durante las batallas llegamos a perder y luchar contra nosotros mismos. Vamos siendo tan heridos que desarrollamos miedos y estos mismos se amarran al corazón como cadenas de acero bien firmes.
Para lograr volver al estado en el que nacimos, hace falta la conversión, no el cambio. El cambio fue hecho ya para mantenernos vivos en circunstancias extremas. Hace falta volver para obtener un poder  mayor al que pensamos que esta bien cuando damos acceso al miedo, la euforia o el odio.
No es el cambio lo que debemos procurar, es el volver a nacer de nuevo.
Yo no pido que cambies. Todo lo que ha acontecido en tu vida ha sido necesario para mantenerte vivo y tener la dicha de regresar a tu casa, al hogar donde naciste y, más importante aún, el cómo naciste.
No debes cambiar. Debes volver tu vida a ese momento en el que no conocías la culpa, ni el miedo, el odio o cualquier otro tipo de dolor o sufrimiento.
No se trata de ser o actuar como niño o infante, se trata de ver tu alma una vez más. Alcanzar este nivel de admiración compleja de ti mismo es el mismo cielo. Ejercitarse en esta forma del ser es trascender a una facultad única de ti mismo.
¿Es que acaso no es esto lo que busca el ser humano al final de sus días? Un descanso pleno de todas sus faenas, luchas y tensiones que padece por culpa de los trabajos y necesidades cotidianas.
Siendo niños, sintiendo esta capacidad dentro de nosotros como al caminar sobre la superficie de un río fresco y de aguas claras, estaremos en una etapa de nuestras vidas donde sanaremos con rapidez de todo tipo de enfermedad, porque no habrá estrés, conductas neuróticas, incapacidad para la tolerancia.
Tendremos adultos capaces de valorar y premiar a los niños por sus labores en vez de amenazarlos con castigos para propiciarles miedos y conductas agresivas.
Todos seremos capaces de ser felices. Habrá un buen comienzo una vez más.