Muchos aún no lo entendemos porque no tenemos la cruda realidad latente y encarnada como los miles de personas que sufren y mueren por causas como la guerra. Y no solo hablo de soldados capacitados en la obediencia a una patria que impulsa con facilidad la rabia de sus soldados para alcanzar sus odios internos contra un enemigo caprichoso que está allá afuera esperando ver un pueblo débil para molerlo y destruirlo junto con sus hijos. Porque creo en la defensa personal, creo que debemos protegernos de ideas bárbaras e ignorantes.
Sin embargo, cuando vemos el trasfondo de tantas guerras, llegamos a la misma conclusión que Mahama Ghandi: no hay paz en ningún acto de violencia. No hay paz en ningún derramamiento de sangre. Solo hay paz en la generosidad para con aquellos que sufren. En palabras de Jesucristo: yo soy la vida. El que no está en mi, desparrama. Estamos falleciendo al instinto propio de nuestra naturaleza espiritual. ¿Estamos aquí para morir o para vivir? La cuestión es que, no creo que aún lo entendamos.
Se están entrenando niños, adolescentes y jóvenes alrededor del mundo para matar. Es una vida a la que le llamo muerte. No se puede vivir con una consciencia tranquila o feliz después de hacer un daño a alguien, incluso si es bárbaro. Las sociedades actuales, los gobiernos y todo tipo de movimiento a favor de los valores patrios promueven las guerras fervorosas, aquellas que llenan el lado oscuro y profundo del corazón humano, con ideas de un Dios Guerrero e implacable, vengativo y justiciero que se alimentará de la sangre de sus enemigos.
Dios, Patria y Libertad. En la primera vamos bien, para tener una patria solo hacen falta leyes y constituciones que rijan el mando y el orden de dichas estructuras, pero para conseguir libertad, hace falta derramar sangre según la interpretación absurda de la era moderna y para establecer dicha idea, todo se disfraza con la plegaria hipócrita a Dios. Oramos para destruir o defendernos. Me dicen: si eres tan sabio, ¿por qué no nos da la solución para finalizar todas las guerras del mundo? Porque aunque lo hiciera, la maldita ambición y los planes cubiertos por cucarachas y ratas podridas, volverían a sentirse atraídos por su basura brillante y su queso apetitoso y lleno de gusanos.
Justicia, lucha, poder, libertad, dignidad, valor. Cualquiera que sea la palabra dominante de tu país y que se enseña en todas las escuelas del mundo como una filosofía de vida, estás obligado y llamado a ser un soldado de tu patria, a matar por tu gente, por tu pueblo, por tu país y nación, para proteger los valores patrios establecidos en tu mente de alcahuete.
Tontos, imprudentes, insensatos, la verdadera batalla sigue cobrando vidas humanas mientras el ser humano se siga distrayendo de su mayor peligro, la guerra espiritual. Vivir o morir. Exactamente, por qué luchas? Piensas que al dar tu vida sin haber vivido a Dios en tu corazón, es un derecho que se te da para matar? Quien te firmo el papel para matarme? El gobierno, unos rebeldes con ideas, una ignorancia reforzada en la cultura de la muerte? Si no ha sido el cielo quien ha firmado mi sentencia de muerte, entonces, no tengo por qué morir. No hay muerte en donde se practica la mansedumbre. Es mucho mejor, hay vida.
Hay unos años que vivirás con la consciencia de haber matado a alguien. Importa si fue a un asesino? Importa la intención por la que te hayan obligado a hacerlo? ¿Quién es tu jefe? ¿Quién te dijo que mataras? Bueno, es la razón, es mi obligación, es mi deber, se lo debo a mi patria, mueren niños, mujeres todo el tiempo y sucede porque soy un cobarde que no puede tomar un arma de fuego y disparar contra un asesino.
Quien a espada mata, a espada muere. Quien por Cristo vive, por Cristo tendrá vida eterna. Unos minutos aquí en la tierra no me ayudaran a saber lo mucho que se puede gozar allá en el cielo. Tiemblo al saber que pocos humanos conocen el arma de los cristianos. Escucho muerte de mártires, héroes que han dado sus vidas para sacarnos de esta prision tonta llamada violencia, llamada defensa. Ya no vivimos en un mundo de inocentes, sino de combatientes. Es por tanto que hago un llamado a todos los guerreros que tienen el coraje y el valor de ponerse de pie y triunfar para el cielo en esta batalla gloriosa que es la vida sin derramamiento de sangre. Guerreros de la vida, de La Paz y la esperanza, ¡Levántense, por el amor de quién dio la vida por todos, pónganse de pie ahora!
Una batalla espiritual los espera.
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