Me aproximé al río furioso que irrumpía con su pedante
corriente la atención volátil de sus amigos. Observé cuidadosamente, y bajo el entresijo
de la escena, el caos, la fluidez del goloso inducía una verdad escondida que
pocos allí apreciaban. La fuerza de sus raudas aguas desplegaba alegría,
consciencia, una plegaria al cielo desde la cual los ángeles caían para cantar
sobre ella.
Aprecié con dotada caricia tenue su rocío prendado que
impactaba con la orilla forjada en el tiempo y trastocando el cielo o el espacio,
variando su caudal de líquido meramente necesario, al de gaseoso, completando
con ello su obra, inyectando el néctar de su gracia a las nubes grisáceas, que
en el más limpio cielo comenzaban a formarse para desplegar infinitas gotas de
su útero convergiendo sobre el padre que hubo depositado su vapor en ellas y
que ahora descendían a modo de lluvia para agradecerle su corta vida.
Oh, silencio dado al implícito significado por el que
se te elogia. Cuando en la naturaleza se goza con la sinfonía que sube de las cataratas
cristalinas, de los riachuelos que toman forma de burbujas en los labios de los
niños, de los pajarillos que cantan sin cesar por las mañanas, en la tarde el
buitre, en la noche el búho. Silencio no es silencio, silencio es cerrar mis
labios para escuchar el sonido oculto de la experiencia anciana que habla por
medio de la naturaleza.
Silencio no es admirar, silencio es callar las
agitadas aguas que llevo dentro, entregándome con beneplácito suspiro al
fervoroso paisaje de la primavera, inducido por el aroma del campo, que tan
importante es para mis pulmones, como lo es la sabiduría para mi alma.
Ay, desacierto que destruye implacablemente mis
amores. Admiro la destreza a la orilla del rio estridente de un pescador
silencioso que intenta atrapar unos peces, con la suerte, con la muerte de un
estancado reflujo de ironía. Siquiera con usar carnada, lombriz alguna, nada,
atrapa la danza de tan refrescante alimento, envolviendo el destino de sus
vidas al de su vida. Unos mueren, otros viven. Los que ofrecen sus vidas con
amor vuelven a nacer. Los que no temen al destino incierto de las trampas
futuras que como anzuelo se remecen en medio de nuestro baile, renacen, viven
de nuevo.
Y prosigo la marcha, río abajo camino, donde percibo
mariposas probar las aguas de aquel monstruoso caudal con simpleza y dulzura. Niños
retozan por sus orillas, al cuidado de sus padres, que entre baños y cantares dispersan
la corriente con sus manos para sus hijos creando un juego sano que entorpece a
los arrogantes y alegra a los humildes. Los jóvenes también se bañan. Coquetean
desde sus bravuras con las más delicadas gacelas que toman agua con elegancia y
disimulo femenino, llamando su atención y provocando un tornado de emociones
que al más gigante de los gigantes se atreverían a enfrentar. Palidecen sus
ojos contra sus ojos. Se abren redes en la dulzura de sus labios. Los ojos de
una mujer, flagrante juventud, recrean un universo de estrellas que empapan con
el enorme despliegue de íntimos puntos brillantes en su iris, la marejada
inquieta de la naturaleza varonil. Retozan juntos, como las abejas que viajan
por miel y hacen de su trabajo una aventura.
Bello cuadro logro pintar desde mi corta percepción de
solitario. Campesino soy y no ilustre aristócrata. Puedo ver belleza donde sólo
parece que hay cotidianidad. Donde lo regular es mágico y lo monótono,
manantiales diversos de vastos puntos de vista. La mente alegre contempla con
optimismo el día a día. Se deja conquistar por aquello que tiene por misión,
sin jamás considerarlo una obligación. El río que pareciera molestar con su
ruidoso descenso, crea un vertiginoso destino para quienes de sus aguas se
alimentan, se regocijan, se desviven en la felicidad, en la inocencia, la
familia o se enamoran.
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